ESTOS PIES SE HAN HECHO PARA CAMINAR
Me encantaba ponerme las pantuflas de mi padre. Chapotear en el parquet de la casa. Sentirme grande en los pies de un hombre.No era como otras niñas, que juegan con los tacos altos de sus madres. No, lo mío era sentir el poder bajo mis pies, saber que cuando mi padre se descansaba en ese calzado cómodo, todo estaba en orden. Ya no importaba que para mis padres, yo no tuviera más que el valor de completar la familia, y era visible el enfado de mi madre, cuando yo intentaba acaparar la atención masculina. El mundo afuera ondeaba como un telón de fondo, mientras dentro se horneaba la felicidad perfumada de Old Spice y Philip Morris, que al unísono emanaban de un portentoso papá.
Yo creo que en realidad, lo que aprendí fue, a estar bajo la planta de un hombre.
Los aplicados fantasmas, no me dejan olvidar el sabor metálico de aquella noche. Después del último golpe en la boca.La decisión también me saltó a la cara: las pantuflas de mi padre, ya no podrían protegerme del asecho asesino y vengador, del amor que no es amor, sino devoción trocada en posesión violenta. Huí como pude, y me enfrenté a la vergüenza de decir "soy una mujer golpeada".
Hoy he vuelto sobre mis pasos, a cerrar la puerta que quedó abierta, en una mala página. Hay que comenzar por el principio para poner fin a los errores.El taconeo leve que voy dejando en la vieja vereda, me recuerda lo peligroso de ser una mujer que aprendió a servir antes que amar, a obedecer y ser la muñeca de la casa, antes que ser humano con todas las letras.
Costó ponerlo en claro, pero al final lo logré: prefiero andar descalza por la vida, sentir el pasto húmedo, la arena áspera, la suave alfombra de un cuarto de hotel. Jamás volveré a aceptar que unos zapatos de caro charol, encandilen con su brillo, la débil inocencia de esa niña que aun soy, a la que ya no seduce ningún hombre que pretenda ser, el hombre de la casa.
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